Los orígenes antropológicos del mito cristiano, según Eliseo Ferrer.

© Eliseo Ferrer (Desde una antropología materialista).

La muerte sacrificial y violenta del Rey Sagrado (el hijo de la reina o de la diosa neolítica), fue la parte sobresaliente de un ritual arcaico que, de forma periódica, perseguía la influencia propiciatoria de las fuerzas y energías invisibles de la Diosa-Tierra sobre la renovación del cosmos y la expiación de las impurezas y las culpas de la tribu. Se trató de uno de los acontecimientos «religiosos» más característicos de las culturas primitivas y de la protohistoria del mundo, que marcó el devenir posterior de las relaciones del hombre con el ámbito de lo «sagrado».

Eliseo Ferrer

Este ancestral y complejo fenómeno fue tipificado por James G. Frazer en «La rama dorada. Magia y religión» (1890-1922), [1] como el «Sacrificio del Rey Sagrado»; y aludía al dramático destino de un «monarca» joven que, primero bajo la tutela y dominio de la reina heredera, luego como rey soberano y, finalmente, como sustituto del rey, debía ensangrentar la tierra y morir al cabo de un año, al cabo de ocho, de doce años o del periodo cíclico prescrito en el ritual. Se trataba de insuflar las energías y el poder de su juventud tanto a un cosmos en decadencia y en riesgo de desaparecer, como a la propia institución de la realeza; para, de esta forma, sobrevivir (el mundo y la soberanía real) otro nuevo ciclo y reeditar, una vez más, las funciones preestablecidas en el mito cosmogónico: muerte y resurrección del cosmos y las instituciones humanas a través del ritual del asesinato regio que se repetía cíclicamente. Porque la muerte del rey, según el mito, implicaba también su resurrección (una «nueva creación» en el lenguaje de Mircea Eliade) [2] que era solidaria y se manifestaba en las distintas imágenes de las fases de la luna, en el renacimiento de la naturaleza vegetal y en la prosperidad de los campos cultivados y las cosechas generadas con las primeras lluvias caídas tras el invierno y la llegada de la primavera.

Todo lo cual experimentó importantes transformaciones en el tiempo, al ser ejecutado el sacrificio ya en época histórica sobre lo que Frazer calificó como «reyes temporeros»: [3] figuras que accedían a los privilegios de la realeza con la única finalidad de convertirse en objeto del sacrificio y de la muerte ritual. Se trataba de «regicidios periódicos a plazo fijo», [4] según otra de las fórmulas de este autor, dependiendo el plazo de celebración del ritual de lo avanzado de la civilización o de factores tales como la dependencia del ciclo solar, de los ciclos sinódicos de Venus [5] o de otras consideraciones mítico-temporales.

Sea como fuere, lo cierto es que el rey, o su sustituto (su hijo primogénito, un voluntario o un convicto elegido para la ocasión), era sacrificado dentro de un ritual de regeneración cósmica y/o expiación de enfermedades, culpas, impurezas y pecados, para resucitar en primavera. De tal manera que la vida (resurrección) del Rey Sagrado asesinado ese año era representada en el rito y en la liturgia a través de la elección previa de una víctima alternativa, que debía ser sacrificada al final del año o al final del ciclo siguiente.

Las evocadoras imágenes de Robert Graves.

Aunque surgido sin duda en la época del matriarcado neolítico (y quizás antes), en mi libro «Sacrificio y drama del Rey Sagrado», situé el momento esplendoroso del ritual del Rey Sagrado poco antes de las invasiones de las tribus matriarcales por las hordas de pastores y guerreros: «Fue en el contexto de revalorización del papel del macho como generador de vida a través de la unión carnal, junto a las primeras manifestaciones agrícolas y su dependencia de los ciclos anuales del sol, donde hay que situar la figura del Rey Sagrado y su sacrificio mágico-ritual de manera perfectamente perfilada y definida. El Rey Sagrado era un agente de la fertilidad identificado con el sol, garante de la abundancia material y, en definitiva, de la supervivencia y de la regeneración cósmica anual». [6] De tal forma que, «así en la tierra como en el cielo», su figura ofrecía de manera indudable (antes del sacrificio y tras la resurrección) «un hieros gamos o matrimonio sagrado entre el Rey (hijo de la Diosa Madre, primero, y, luego, hijo y encarnación de Urano) y la reina o sacerdotisa de la Diosa; una unión sagrada que se presentaba como la trasposición terrestre del hieros gamos cósmico de la Diosa Tierra y el dios celeste Urano, quien «ahora» irrigaba a la diosa con los flujos seminales de la lluvia fertilizadora». [7]

Comenta Robert Graves, en este sentido, que «la reina tribal elegía un amante anual entre su entorno de jóvenes varones, un rey que debía ser sacrificado al acabar el año, haciendo de él un símbolo de fertilidad más que un objeto de placer erótico. Su sangre, una vez muerto, era esparcida por el campo para que fructificasen los árboles, las cosechas y los rebaños. Su carne se partía (tras haber dispersado también una parte por los campos) y era comida cruda por las ninfas compañeras de la reina, sacerdotisas con máscaras animales». [8] El sacrificio constituía (tal y como expliqué ampliamente en mi libro) un auténtico ritual de fertilidad que generalmente concluía en una eucaristía caníbal, tras haber dispersado una parte del cuerpo del sacrificado para que la tierra, irrigada con su sangre y regenerada con su juvenil vigor, produjera cosechas en abundancia y los animales domésticos se multiplicaran.

De manera similar fue descuartizado Osiris y desparramados sus fragmentos por el Valle del Nilo; de forma parecida también fue despedazado Dioniso por los Titanes, y con idénticos ritos comulgaron las bacantes. Como consecuencia de ello, y a modo de signo de la resurrección del hijo o amante de la diosa, «brotaban las plantas y germinaban los frutos comestibles; de la sangre de Atis brotaban violetas; de la sangre de Adonis, las rosas y las anémonas, y del cuerpo de Osiris el trigo, la planta maat y toda clase de hierbas medicinales y beneficiosas para los hombres». [9]

El Rey Sagrado y el mito cristiano.

Según he explicado detenidamente en mi obra («Sacrificio y drama del Rey Sagrado»), que parte de las tesis iniciales de Frazer en torno al Sacrificio del Rey Sagrado y aborda sus implicaciones en el mito cristiano (a través de una sucesión diacrónica que abarca los cultos de la vegetación, los cultos mistéricos, la mitología indoirania del salvador, el mito gnóstico y el mito del cristianismo de la Iglesia), «el ritual del sacrificio neolítico y protohistórico  regeneraba periódicamente las fuerzas cósmicas a través de una nueva creación y hacía posible la resurrección de las cosechas y la proliferación de los ganados. De igual manera que la semilla y la planta del cereal, el Rey Sagrado debía morir para luego resucitar: exactamente igual que la semilla del grano moría bajo la tierra en invierno para resucitar en primavera bajo el aliento del agua y de la luz del sol. Se trataba de dos fenómenos solidarios que aparecían inextricablemente implicados y en permanente simbiosis funcional; pues si el destino del cereal inspiraba el destino cíclico de la muerte y la resurrección del Rey Sagrado, la muerte de éste en sacrificio ritual alentaba y hacía posible la germinación del cereal y de todo el cosmos en general». [10]

Tal es así que podemos asegurar que, en aquellas sociedades del Neolítico y de la Edad del Bronce, no había renacimiento y resurrección de la naturaleza vegetal y esperanza para la continuidad del cosmos (incluido el destino cíclico, tras la muerte, de los hombres y los animales) sin la muerte sacrificial del Rey Sagrado. Es lo mismo si ésta venía encarnada por el niño-dios (el hijo-amante de la diosa), por el Rey Sagrado (esposo-hijo de la reina o la sacerdotisa o hijo de Urano), por el hijo primogénito del soberano o por los «reyes temporeros» (sustitutos del monarca destinados al sacrificio anual). Por supuesto, no se trataba de un rito de adoración de la naturaleza, ni de una mera contribución al poder de la tierra, sino de un rito sacrificial de magia creadora (fruto de un pensamiento analógico) que cabía considerar como un signo propiciatorio con el que activar y regenerar, por medio de la sangre de la víctima, las fuerzas y las energías cósmicas agotadas que provenían del universo inmanifestado de la tierra (inicialmente, de la Diosa Madre).

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  • [1] James G. Frazer. «La rama dorada. Magia y religión». Madrid-Ciudad de México, 2014.
  • [2] Mircea Eliade. «Tratado de historia de las religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado». Barcelona, 1990. p. 387.
  • [3] J. G. Frazer. Op. Cit. 196.
  • [4] Op. Cit. 190.
  • [5] El planeta Venus necesita ocho años para volver al mismo lugar del zodíaco cuando tiene su brillantez máxima.
  • [6] Eliseo Ferrer. «Sacrificio y drama del Rey Sagrado (Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo)». Madrid, 2021. pp. 43-80.
  • [7] Op. Cit. 55.
  • [8] Robert Graves. «Los mitos griegos». Barcelona, 2009. p. 23.
  • [9] M. Eliade. «Tratado». 363.
  • [10] E. Ferrer. «Sacrificio…». 52.

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© Eliseo Ferrer