La revelación mística de un cristianismo alejandrino desnudo de fabulaciones y leyendas.
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El Discurso o la Epístola a Diogneto, como queramos llamar a este texto, es un escrito considerado cristiano por las diferentes iglesias, y, aunque no canónico, se encuentra entre los textos aceptados y recomendados por la Iglesia Católica. Pero, cuidado, este texto no es lo que parece… Este escrito encierra un contenido que no es el que pudiera desprenderse de una lectura rápida y superficial.
Tan solo el mito del descenso del Hijo de Dios (el Unigénito) y de su encarnación sirvieron de base en esta obra para explicar un cristianismo de carácter místico y filosófico, en el que, por no haber, no hubo ni Jesús ni muerte ni resurrección del Mesías-Christós. Digamos que el texto de la Epístola o Discurso a Diogneto presenta todas las carencias propias de la literatura «apostólica» relativas a las fabulaciones posteriores, derivadas estas últimas de la lectura literal del midrash evangélico. El texto dirigido a Diogneto no contiene a Jesús, no existe Belén, no hay Nazaret, no hay María, no hay José, no hay Pilatos, tampoco hay apóstoles, no hay Gólgota, no hay crucifixión, etc., etc., etc.). Incluso, presenta algo mucho más grave e irreparable, desde el punto de vista de la «ortodoxia» eclesiástica, tratándose de una obra o un discurso con el que se pretendía instruir a su destinatario sobre los rasgos esenciales de la doctrina de los cristianos: ¡Esta obra carece de Cristo!… ¡En el Discurso a Diogneto no hay Ungido! No hay Mesías; no hay Josué-Jesús y, en consecuencia, no hay tampoco muerte ni resurrección del Unigénito… Por lo que, en última instancia, no hubo tampoco sacrificio redentor del Hijo dentro de una teología muy esquemática, en la que Padre y el Hijo eran los exclusivos protagonistas de la salvación, a través de la operatividad alegórica del mito del descenso a la tierra y de la encarnación del Hijo de Dios.
Y aquí es donde aparecen los primeros e inevitables interrogantes, tratándose de un texto aceptado por la Iglesia: ¿Cómo pudieron llamarse «cristianos» y llamar a su movimiento «cristianismo» gentes que ignoraban por completo el significado del Mesías-Christós y todo el ficticio andamiaje de la «jesusología» de la Iglesia posterior? ¿O hablaban de algo diferente, quizás, cuya nomenclatura fue sustituida en el siglo segundo por el sintagma «cristianos», de contenido semántico y soteriológico similar?