Ni en los textos de Qumrán, ni en los apócrifos intertestamentarios, ni en los textos de la Tanaj hebrea, si exceptuamos al Siervo de Isaías, aparece la noción de muerte vicaria de un hombre como redención de los pecados y las culpas de una comunidad; mucho menos aún la muerte de un dios; y menos todavía su resurrección.
De la Memra a la Sabiduría, al Logos de Filón y a la encarnación del Mesías celeste.
La respuesta a la pregunta de cómo «el Verbo se hizo carne» es sencilla de responder… Lo que no podemos hacer es afirmar que el Verbo-Logos se hizo carne a través del nacimiento del Niño Dios en Belén, según Lucas y Mateo. Esto implica una perversión y un fraude que otorga entidad ontológica a la alegoría narrativa del mito.
Mito de la Muerte-Resurrección IV.
Pablo de Tarso compartía la concepción, de origen griego, de una inmortalidad después de la muerte, aunque interpretada de una manera particular. Pues «la existencia ulterior no era absolutamente una existencia desencarnada; había un “cuerpo espiritual” que sobrevivía a la muerte, o, para utilizar su expresión: que “resucitaba”. La doctrina del “cuerpo espiritual” está atestiguada en otras tradiciones».
Los árboles sagrados del judaísmo y el cristianismo.
No hubo exclusividad en la mitología del antiguo Israel, como tampoco la hubo en su historia. En varias tradiciones orientales encontró cabida también el mito que relacionaba el árbol del conocimiento y «la caída» del hombre primordial, quien perdía su inocencia originaria y entraba a formar parte del mundo dualista y múltiple de los fenómenos.
Discurso a Diogneto. Un cristianismo sin fabulaciones ni leyendas.
Un evidente protognosticismo, en el que el Padre y el Hijo Unigénito (el Logos) no dejan cabida a ninguna de las otras representaciones del cristianismo de la Iglesia: ni Jesús, ni Cristo, ni sacrificio redentor del Hijo... Es decir, un texto en el que no hubo muerte ni resurrección del mito.