Garantía de regeneración y supervivencia de los frutos de la tierra, y contraprestación también a la generosidad de la Diosa Madre, el ritual del sacrificio Neolítico (el asesinato del Rey Sagrado) renovaba periódicamente las fuerzas cósmicas a través de una nueva creación y hacía posible la resurrección de las cosechas. Todo moría en invierno para resucitar en primavera.