El arcaico simbolismo de de la representación de la cruz. 

Eliseo Ferrer

EL ARCAICO SIMBOLISMO DE LA CRUZ.

Leer texto con referencias

El símbolo cristiano de la cruz, representación universal por antonomasia del mesianismo judío heredado por la Iglesia, no fue usado hasta el siglo quinto de nuestra era; por lo que se convierte hoy en el signo que mejor expresa la permanente evolución de ideas, representaciones y creencias que venimos contemplando en estas páginas. Su imagen y su simbolismo son tan viejos como el mundo y, a través de unos u otros significados, se hicieron presentes en casi todas las culturas de la historia antigua. Veamos si no cómo se expresaban Hermes y Hefesto, personajes del drama Prometeo, del satírico Luciano, al principio de esta obra, mientras buscaban un lugar en el Cáucaso donde dar suplicio a la figura del salvador griego y amigo de los hombres:

[Hermes:] He aquí, Hefesto, el Cáucaso, donde deberá ser clavado este infeliz titán. Busquemos ahora una roca adecuada, a fin de que las cadenas se fijen con mayor seguridad y quede a la vista de todos una vez colgado.

[Hefesto:] Busquémosla, Hermes: no conviene, en efecto, crucificarlo a poca altura y cerca de la tierra, no sea que acudan en su ayuda los hombres, ni tampoco en la cima, pues no alcanzarían a verlo los de abajo. Si te parece, crucifiquémosle a media altura, aquí, sobre la sima, con los brazos extendidos desde esta roca a esa de enfrente.

[…]

Prometeo pedía misericordia…

[Y Hermes le respondía:] Con eso quieres decir, Prometeo [con “tened compasión”], que en tu lugar seamos nosotros crucificados por desobedecer la orden. Vamos, extiende la mano derecha. Tú, Hefesto, sujétala, clávala y dale al martillo con fuerza. Dame ahora la otra. Que quede también segura. Ya está bien. Luego, bajara volando el águila a roerle el hígado.

El satírico Luciano escribió este pasaje de su Prometeo a mediados del siglo segundo, con unos rasgos que, sorprendentemente, recuerdan más a la crucifixión material del Gólgota que a su significado originario, simbólico, místico y transcendente; lo que puede inducir a pensar, como se ha insinuado desde diferentes posiciones, que podría tratarse de una sátira burlesca del cristianismo disperso de aquellos primeros tiempos. Pero lo cierto es que el uso de la cruz como símbolo espiritual entre culturas no cristianas de la antigüedad puede considerarse como un fenómeno ubicuo, y, en muchísimos casos, relacionado con alguna forma simbólica de adoración de la naturaleza, el culto fuego y el culto al sol. Para Marija Gimbutas no hubo duda, en este sentido, de que la cruz fue un símbolo universal creado o adoptado por las comunidades agrícolas del Neolítico, que, como todos sabemos, ha perdurado y la llegado hasta nuestros días a través de la particular interpretación que la Iglesia hizo del cristianismo; quien la implantó de manera generalizada en Europa en los siglos sexto, séptimo y octavo. Según esta autora, su representación estuvo basada en la creencia de que el año era un viaje que abarcaba los cuatro puntos cardinales: «Su propósito era promover y asegurar la continuidad del ciclo cósmico, ayudar al mundo en todas las fases de la luna y el cambio de estaciones. Los platos pintados con grafito de los Balcanes orientales tenían dibujos de cruces y de serpientes cósmicas que presentaban de forma recurrente composiciones idénticas del universo». La cruz y sus símbolos derivados se encontraban con frecuencia en las decoraciones cerámicas de los periodos Neolítico y Calcolítico; su constante presencia en platos, cuencos, vasijas, sellos y coronas de figurillas parece «sugerir firmemente que fueron ideogramas necesarios para promover el nacimiento y el crecimiento recurrente de las plantas, de los animales y de la vida humana».

Fue un hecho incuestionable que, en épocas muy anteriores al nacimiento del mito judío de Cristo, e incluso con posterioridad, en áreas donde tardaron en llegar las enseñanzas de la Iglesia, la cruz fue usada como símbolo sagrado y nexo de unión de los elementos materiales y espirituales de cierto misticismo cósmico: el hóros o límite entre el universo inmanifestado y el mundo de los mortales, que solo el Hijo, representado como el Sol, podía atravesar en calidad de intermediario entre los dioses y los hombres. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, entre los hinduistas y los budistas del extremo Oriente, entre las tribus celtas o entre indios americanos… Cuando los conquistadores españoles desembarcaron en las costas de México no pudieron ocultar su estupor ante el hecho de que el símbolo sagrado por excelencia de la fe católica estuviese representando, como objeto de adoración, en los templos de Xolotl y Quetzalcóatl. La primera página del códice Fejérváry-Mayer, que recogía motivos precolombinos, aparecía ilustrada con una inequívoca cruz de brazos iguales y simétricos (forma de cruz griega), que representaban los cuatro rumbos, los cuatro puntos cardinales o las cuatro esquinas del universo. En Palenque, por lo demás, los conquistadores españoles descubrieron un templo maya que sería conocido a partir del siglo dieciséis como el «templo de la cruz», dado que en el centro del pedestal del altar aparecía una cruz de considerables dimensiones. «La figura de la Serpiente Emplumada, vinculada a la cruz, sugería inmediatamente —señalaba Campbell— nuestra propia continuidad bíblica Edén-Calvario. Además, encima de la cruz maya había un pájaro, el quetzal, y en la base una máscara, una especie de representación mortuoria. Lo que recordaba a muchas pinturas de la crucifixión del período medieval tardío y del primer Renacimiento, en las que mostraban el Espíritu Santo arriba, en forma de paloma, y al pie de la cruz una calavera».

Las relaciones de indias escritas por los cronistas españoles del siglo dieciséis estuvieron llenas de referencias a la cruz y a la espiritualidad indígena precolombina. El mismo Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Fray Diego Durán, Diego López de Cogolludo, Fray Bernardino de Sahagún o el jesuita Joseph de Acosta nos dejaron inestimables documentos, confirmados por distintas fuentes, que apuntaban al uso de la cruz, bien como símbolo sagrado o bien como herramienta cosmológica, entre los indios mesoamericanos. A modo de resumido y sintetizado ejemplo, podemos recuperar uno de los textos de Bernardino de Sahagún, en el que encontramos la imagen de la cruz con una claridad expositiva y un rigor descriptivo que no pudieron dejar de impactar el imaginario cristiano del autor:

El año setenta [1570], o por allí cerca, me certificaron dos religiosos dignos de fe que vieron en Guajaca unas pinturas muy antiguas, pintadas en pellejos de venados, en las cuales se contenían muchas cosas que aludían a la predicación del Evangelio. Entre otras, era una de éstas, que estaban tres mujeres vestidas como indias y tocados los cabellos como indias, estaban sentadas como se sientan las mujeres indias, y las dos estaban a la par, y la tercera estaba delante de las dos, en el medio, y tenía una cruz de palo, según significaba la pintura. […] Y delante de ellas, estaba en el suelo un hombre desnudo y tendido de pies y manos sobre una cruz, y atadas las manos y los pies a la cruz con unos cordeles. Esto me parece que alude a Nuestra Señora y sus dos hermanas y a Nuestro Redentor crucificado, lo cual debieron tener por predicación antiguamente.

Testimonios e imágenes similares se repitieron asimismo en el mundo incaico y en el extremo Sur americano, donde la cruz fue usada también como símbolo religioso por sus pobladores aborígenes antes de la llegada de Pizarro. En numerosos lugares, a los recién nacidos los ponían bajo su protección para preservarlos de los espíritus malignos; los habitantes de la Patagonia se tatuaban sus frentes con cruces, y en el Perú se han hallado numerosos utensilios antiguos marcados con el signo de la cruz.

Leer texto con referencias

_____________________________________________

© Fragmento del libro «Sacrificio y drama del Rey Sagrado». Páginas 627-629.